jueves, 6 de diciembre de 2012

El Oficinista


A los chicos les encantan las profesiones  osadas y cuando les preguntan que quieren ser cuando sean grandes, dicen sin asombro: “Bombero”, “Astronauta”, “Ninja” entre otros. Hoy soy oficinista. ¿En que momento de la vida uno pasa de ser ninja a oficinista? El oficinista es una profesión desagradable. La rutina del oficinista es desagradable. El peor día de esta especie es sin dudas, el Lunes. El oficinista se levanta desbastado, arruinado, se mira en el espejo y no se reconoce. Lo primero que hace es prender la ducha, pero sin antes encender la radio. Porque uno a la mañana se tiene que informar. Pero no porque le cambie la vida, uno no busca cualquier noticia, busca esa noticia. La noticia. “Atención: Violador de oficinistas suelto. Se recomienda no salir a la calle” o “Objeto volador no identificado aterriza en Corrientes y San Martín, los extraterrestres se alimentan de oficinistas. Se recomienda no acercarse a la zona”. ¿Pero eso nunca sucede no? Finalmente uno frustrado se va a laburar. Entra a la boca del subte y ya lo huele. Ese olor a frustración de toda esa gente que va a trabajar dificultando la respiración lo agobia. Pero no todo es tristeza para esa gente, que encuentra una alegría en la paparazzi del stand del revistero de la estación, con Adabel Guerrero en la tapa sacándose una diminuta tanga. Son trecientas personas una al lado de la otra, todos transpirados, mas parecidos a zombis que a personas, mirando con los ojos que se salen de la cara esa imagen sin emitir ningún comentario mas que suspiros y tal vez un por lo bajo con la voz gastada “laaa maaaato, laaaaaaa maaaaaato”. En eso, se escucha la bocina del tren q viene, que mas que un tren,  es un malón de personas que viene a las que le pusieron una estructura alrededor. Porque el subte no viene lleno, viene hasta las pelotas. ¿Y que hace el oficinista? El, igual va a entrar como sea. ¿Cuál es la motivación que lo lleva a hacer eso? El maldito presentismo. Perder el presentismo. Uno  mataría a una vieja por esos 200 pesos. Trata de meterse de frente pero no entra. Prueba de espalda y una voz se escucha: “Flaco no te das cuenta que el cuerpo tiene el mismo diámetro de frente que de espalda. No entras”. Entonces el oficinista se transforma en un contorsionista del circo y se empieza a meter como sea en el tren sin importar la pobre vieja que esta estampada contra el vidrio, que viene hace tres estaciones con el tabique roto y toda sangrada. Ya mas que una persona es una calcomanía. Uno lee: “aprenda a hablar ingles en 3 meses” y al lado la estampa de una persona con la boca semi abierta que ya se transformo en parte de la publicidad.  Pero el oficinista llega. Y llega a la oficina y lo que ve es desolador. Ve cadáveres enfrente de computadoras. Nadie reacciona hasta que algún comedido anuncia que es el cumpleaños de Rodríguez y hay medialunas. Automáticamente esta gente revive y se va arrastrando mientras dice con la misma vos gastada y cansina como hipnotizados: “medialunaaas, medialunaaas”. Porque el oficinista es como un tiburón que puede oler sangre a kilómetros de distancia. Alguien puede abrir una caja de medialunas en el piso 15 y el oficinista para el olfato y repite con una voz firme y autoritaria: “medialunas”. Pero esto no pasa porque sean amantes de las mismas. Esto pasa porque automáticamente el oficinista lo relaciona con la palabra que mas ama en toda la vida: “GRATISSS”.  Saber que algo es gratis lo saca de si al oficinista. El oficinista va al supermercado y pude comerse de la muestra, una tostada de membrillo, un canapé de pescado y un vaso de vino toro viejo en una misma góndola. Y como si no fuera poco, se despeina un poco y vuelve a pasar. Y después pasa de vuelta y agarra alegando que es para el nene que no probó y se lleva cinco más. Por todo eso ser oficinista es frustrante. La vida del oficinista es una frustración. Volvamos a ser ninjas.  

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