A los chicos les encantan las profesiones osadas y cuando les preguntan que quieren ser
cuando sean grandes, dicen sin asombro: “Bombero”, “Astronauta”, “Ninja” entre
otros. Hoy soy oficinista. ¿En que momento de la vida uno pasa de ser ninja a
oficinista? El oficinista es una profesión desagradable. La rutina del
oficinista es desagradable. El peor día de esta especie es sin dudas, el Lunes.
El oficinista se levanta desbastado, arruinado, se mira en el espejo y no se
reconoce. Lo primero que hace es prender la ducha, pero sin antes encender la
radio. Porque uno a la mañana se tiene que informar. Pero no porque le cambie
la vida, uno no busca cualquier noticia, busca esa noticia. La noticia. “Atención:
Violador de oficinistas suelto. Se recomienda no salir a la calle” o “Objeto volador
no identificado aterriza en Corrientes y San Martín, los extraterrestres se
alimentan de oficinistas. Se recomienda no acercarse a la zona”. ¿Pero eso
nunca sucede no? Finalmente uno frustrado se va a laburar. Entra a la boca del
subte y ya lo huele. Ese olor a frustración de toda esa gente que va a trabajar
dificultando la respiración lo agobia. Pero no todo es tristeza para esa gente,
que encuentra una alegría en la paparazzi del stand del revistero de la estación,
con Adabel Guerrero en la tapa sacándose una diminuta tanga. Son trecientas
personas una al lado de la otra, todos transpirados, mas parecidos a zombis que
a personas, mirando con los ojos que se salen de la cara esa imagen sin emitir ningún
comentario mas que suspiros y tal vez un por lo bajo con la voz gastada “laaa
maaaato, laaaaaaa maaaaaato”. En eso, se escucha la bocina del tren q viene,
que mas que un tren, es un malón de
personas que viene a las que le pusieron una estructura alrededor. Porque el
subte no viene lleno, viene hasta las pelotas. ¿Y que hace el oficinista? El,
igual va a entrar como sea. ¿Cuál es la motivación que lo lleva a hacer eso? El
maldito presentismo. Perder el presentismo. Uno
mataría a una vieja por esos 200 pesos. Trata de meterse de frente pero
no entra. Prueba de espalda y una voz se escucha: “Flaco no te das cuenta que
el cuerpo tiene el mismo diámetro de frente que de espalda. No entras”. Entonces
el oficinista se transforma en un contorsionista del circo y se empieza a meter
como sea en el tren sin importar la pobre vieja que esta estampada contra el
vidrio, que viene hace tres estaciones con el tabique roto y toda sangrada. Ya
mas que una persona es una calcomanía. Uno lee: “aprenda a hablar ingles en 3
meses” y al lado la estampa de una persona con la boca semi abierta que ya se
transformo en parte de la publicidad. Pero
el oficinista llega. Y llega a la oficina y lo que ve es desolador. Ve cadáveres
enfrente de computadoras. Nadie reacciona hasta que algún comedido anuncia que
es el cumpleaños de Rodríguez y hay medialunas. Automáticamente esta gente
revive y se va arrastrando mientras dice con la misma vos gastada y cansina
como hipnotizados: “medialunaaas, medialunaaas”. Porque el oficinista es como
un tiburón que puede oler sangre a kilómetros de distancia. Alguien puede abrir
una caja de medialunas en el piso 15 y el oficinista para el olfato y repite con
una voz firme y autoritaria: “medialunas”. Pero esto no pasa porque sean
amantes de las mismas. Esto pasa porque automáticamente el oficinista lo
relaciona con la palabra que mas ama en toda la vida: “GRATISSS”. Saber que algo es gratis lo saca de si al
oficinista. El oficinista va al supermercado y pude comerse de la muestra, una
tostada de membrillo, un canapé de pescado y un vaso de vino toro viejo en una
misma góndola. Y como si no fuera poco, se despeina un poco y vuelve a pasar. Y
después pasa de vuelta y agarra alegando que es para el nene que no probó y se
lleva cinco más. Por todo eso ser oficinista es frustrante. La vida del
oficinista es una frustración. Volvamos a ser ninjas.
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