El fin de semana, el fútbol a agregado dos nuevos capítulos a su larga historia. Ambos tan emocionantes, como increíbles.
Por un lado, la promoción entre Chacarita y Chicago. Dos históricos que han sabido pertenecer al selecto grupo de equipos de la primera división nos dieron una muestra de todas las emociones que el fútbol puede generar en quienes tan apasionadamente lo vivimos. De un partido aburrido que ofrecía poco al público, donde todo parecía estar definido, paso a ser uno incierto, abierto con un final memorable, de película. De esas películas épicas en las que nadie sabe como van a terminar. De donde nada lo había, todo lo hubo. Eso es justamente lo que este deporte provoca.
No voy a engañarlos. Admito que mucho el partido en si no me importaba. Tampoco soy tan ingenuo como para suponer que uno es capaz de sustraerse a sus afectos y a sus pasiones y dejar de verlo. La abstinencia de 20 días sin fútbol hacen que uno vea casi cualquier cosa con tal de calmar la ansiedad. Y ahí estaba yo. Pegado a la televisión. Mataderos era una fiesta. Todo Chicago festejaba. Ganaba 1 a 0 y era un resultado justo. Ya había ganado por esa diferencia de local así que no costaba suponer su eventual ascenso a la B Nacional. El descenso de Chacarita era casi un hecho. Debía hacer 2 goles con un jugador menos para permanecer en la categoría y condenar a su eterno rival a otro año de lucha en la B Metropolitana. Hasta allí todo normal. Pero quien ha visto tanto de esto, sabe que en cualquier momento la vida pega un volantazo y pone contra las cuerdas a quien parecía a salvo y le da vida al que parecía muerto. En el fútbol es muy común y ese partido no iba a ser la excepción. Los milagros ocurren y las esperanzas nunca se pierden. A falta de tres minutos para el final y con nada por jugar, cuando ya se resignaba todo Chacarita, llegó el empate. Empate q no alcanzaba, pero que le daba un tono de dramatismo a los minutos finales. Ahora los que festejaban y alentaban eran los Funebreros. Es verdad que en el fútbol mucho que ver tiene la técnica y la calidad de los jugadores, pero también es una cuestión de estados de ánimo. Y en eso, sobre los minutos finales, estaba mejor Chacarita. Aquí, uno se detiene a pensar. Si no hicieron un gol en casi 180 minutos porque lo habrían de hacer ahora. Así y todo parecía que el final ya estaba escrito. Para cualquier hubiera estado bien, pero no era suficiente para el destino que pretendía ponerle un héroe a la historia. En el minuto final apareció una mano. ¿La mano de Dios? No! La mano de Testa. Aquel del famoso “Penal, penal de Testa” volvía a ser el responsable de cometer una infracción tonta pero grosera que dejaba a Chacarita con la posibilidad de patear un penal y dar vuelta la historia. Los que antes lloraban, ahora no podían contener su alegría y emoción. La vida, les había dado una nueva oportunidad de sonreír. No así para la gente ce Chicago, que se desplomaba en el piso, que se frustraba en las tribunas y se moría lentamente por dentro. Con el tiempo cumplido y siendo el penal la única jugada que se puede ejecutar después del mismo, no habría mas tiempo para una nueva replica, ni siquiera para un eventual rebote. Todo se iba a decidir entre 2 personas, pero solo uno de ellos se alzaría con los brazos en alto. El arquero de Chicago, Monllor, y el volante de Chacarita, Toledo. El resto podía irse a su casa o al vestuario si así se lo disponían. No era necesario que sufrieran tanto. Yo apunto de tragarme la tele de los nervios. No hace falta ser hincha de uno de los clubes en cuestión para disfrutar o sufrir un partido. Yo lo vivía como hincha de alguno de los dos. Sería del que ganara y del que perdiera. Pero lo mejor es que era parte de eso. El penal salio con violencia, pero a los ojos de cualquiera iba en cámara lenta. La pelota estallo contra la mano izquierda del arquero que ya se había pasado y salio algo bombeada para arriba. Al caer le reboto en el cuerpo y quedo tambaleándose en la línea. Segundos después Monllor la tomo con ambas manos arrojándose sobre ella y decretando el final del partido. Muchos gritaron el gol y festejaban su permanencia. Otros lloraban la oportunidad desperdiciada y el descenso. Los hinchas de Chacarita no se querían despertar de ese mal sueño. La realidad es que la pelota no había entrado, Chicago había ascendido y el arquero que no era Legolas, sino Daniel Monllor era el héroe y figura de la tarde. No hubo tiempo para más.
Por otro lado, la final de la Eurocopa entre España e Italia. Otro evento que realmente no me importaba, ni me cambiaria la vida el hecho de que ganara o perdiera uno o el otro. Pero nuevamente allí estaba yo, enfrentado al televisor dispuesto a verlo. A diferencia del otro partido, este no tuvo emociones cambiantes. Pero a diferencia del otro partido, en este se pudo apreciar la belleza del fútbol en su máxima expresión. Ambos equipos jugaron bien, pero España realmente es un culto al buen gusto. Ver la calidad con la que tocan sus intérpretes, las obras de arte que crean. Y todo desde la simpleza absoluta, la facilidad y la comodidad. Nunca se ha visto y nunca se vera un equipo igual. No se si se repetirá algo así. Es poesía misma. Es la mejor definición de la palabra Fútbol. Es lo que todos soñamos hacer cuando jugamos a este deporte o esperamos ver cuando vemos este deporte.
El fútbol tiene todas esas cosas. Esas cosas que tanto apasionan a uno. Nadie puede negar los hechos. Lo único que se puede hacer es sufrirlos o disfrutarlos.


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