Durante toda la espera, se va acumulando gente. Colegas de edificio, clientes, desconocidos y hasta compañeros de oficina que uno no quiere ni saludar. Uno se va escondiendo entre la gente y trata de pasar desapercibido pero una vez dentro del ascensor no hay vuelta atrás. Tratará de hacerse el ocupado leyendo hojas que no se dio ni cuenta que están al revés, o buscara alguna charla o mensaje en el teléfono a la cual responder, pero todo es inútil. Nada lo salvara de tener que cruzar charlas de temas los cuales a usted nada le importan o siquiera tiene una opinión formada ni sabe. Entre las respuestas mas utilizadas estarán un “puede ser” o tal vez se arriesgue un “habría que pensarlo, son tantas cosas para tener en cuenta” pero nunca se afirmara o negara nada para no cometer el error de quedar mal parado frente a alguien.
El momento cumbre de la incomodidad se da al quedar mano a mano en el ascensor. Es imposible no cruzar palabra alguna. Uno siente la presión de la charla sobre sus hombros. Sabe que si no actúa de inmediato en cualquier momento, caerá el dardo envenenado con su nombre directamente a su cerebro con alguna pregunta estúpida referida al clima, que sea cual sea, siempre es motivo de charla. Otros temas que nunca fallan y dependiendo quien sea la otra persona son, el mal momento del país que pareciera que siempre se cae a pedazos o la situación de algún equipo de fútbol, generalmente uno de los denominados grandes.
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